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La sombra del engaño


-Tienes algo en tu mirada que no me resisto a comprobar.

Así comenzó la historia que L. me contó llena de emoción, entusiasmada porque por fin había vivido el comienzo de lo que ella llamaba un “encantador y magnífico cuento”.

Me encontré con ella cada miércoles a lo largo de dos meses, en ese autobús que tanto odiábamos con su trayecto de apenas 15 minutos pero realmente agobiante por la cantidad de gente que iba.

A medida que L. iba pronunciando cada palabra de esa historia tan bonita, mis pensamientos se iban acumulando en mi interior, intentaba seguir el hilo de la historia pero mi imaginación echaba a volar y cuando reaccionaba me encontraba asintiendo con la cabeza a lo que decía, pensando como había logrado esa perfección.

Sus palabras eran pura maravilla, y cualquier persona que las escuchara se evadía por unos instantes de sus problemas y sentía lo que ella contaba como si le ocurriese a uno mismo, quizá era envidia sana, quizá emoción por escuchar a alguien tan sumamente rodeado de felicidad, quien sabe, pero de lo que estoy segura es que hubiese dado lo que fuera porque esos miércoles no se hubiesen acabado nunca, pero no volvió a parecer por ahí, quizá cambió de trabajo.

Pero pasó el tiempo.

Nos encontramos de nuevo un miércoles en ese dichoso autobús, L. dejó de ser esa chica sonriente, las ojeras eran sus compañeras por excelencia, su ropa con colores pasteles pasaron a ser blancos y negros, y sus ojos no brillaban de emoción, si no de tristeza.

Solo suspiraba, con la cabeza cabizbaja, mirando al horizonte, perdida.

Sus palabras eran muy escuetas, su preferencia los monosílabos, procuraba no encontrarse conmigo. Había pasado tanto tiempo que no la reconocía, había una lejanía inaguantable, no comprendía donde había dejado esas historias que alegraban a todo aquel que las escuchara.

Tras varias semanas evitándome, entró en el autobús y vino directa hacia mi, se sentó a mi lado.

Me miró a los ojos y me abrazó.

Entendí que su comportamiento hasta ahora no era de querer distanciarse si no que estaba rogando un simple abrazo…

Sus ojos comenzaron a inundarse rápidamente.

-He vuelto a tropezar, pero esta vez me he caído desde muy alto. Las noches son eternas, intento no comunicarme con nadie, ni yo se si fue real lo que viví. Me encuentro ante un sentimiento demasiado conocido, pero esta vez demasiado grande.

No recuerdo muy bien porque L. llegó a esta situación, ni cual fue la causa de todo lo que hizo explotar y reventar a esa idílica historia en la que todos estábamos expectantes cada miércoles por escuchar nuevas anécdotas, de golpe todo se volvió oscuro y tenebroso.

L. solo recordaba una y otra vez el primer día que sus manos se rozaron… pero esta vez desde el lado más oscuro, – Desde el primer día el engaño fue mi sombra, en un comienzo se escondía muy bien, pasaba desapercibida, con el tiempo sentía que algo me seguía, pero él le quitaba importancia y me acostumbré a esa sensación, con los meses, sin remediarlo, de golpe me encontré cara a cara con ella, y… ¿Sabes que te quedas sin aliento cuando la ves?, caí al suelo y desde entonces sigo ahí tirada.

Me quedé sin habla, solo parpadeaba, estaba asombrada por esas palabras, tan tristes que salían de su interior, asustada por contemplarla junto a su mayor enemigo, la soledad.

Estaba abrumada por su situación, L. seguía siendo radiante hasta tapada por un manto negro, pero ella no quería quitárselo, no era su momento decía. – ¿Porque la sinceridad no puede volver a resurgir, porque se teme tanto a esa dichosa virtud que yo tanto admiro y siempre me he guiado por ella? ¿Porqué…?.

L. estaba temblando a causa de la rabia que acumulaba en su interior, tras lanzar esa pregunta rápidamente me miró para comprobar si sabía la respuesta, pero antes de poder decirle mi opinión, comenzó a hablar -Por miedo, el miedo debilita a la gente, el miedo les convierten en cobardes, el miedo es una pesadilla si no sabes enfrentarte… pero esto no se va a quedar aquí.

Nunca antes le había visto tan sumergida en el dolor, tan llena de ira y de tristeza al mismo tiempo, era una guerra de sentimientos, de pronto golpeó el asiento de delante, devolviéndonos a la realidad, quedándonos en un profundo silencio…

Contemplé el autobús, no había ni un alma, estábamos en la última parada y el conductor se había bajado a fumar, era su descanso, no nos quiso interrumpir pero era hora de marcharse.

L. se levantó -Gracias por escuchar mis amarguras, hasta pronto amiga.

Me quedé sin habla, le hice un pequeño gesto y se marchó.

Dreily

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